
En el hospital central
Anochece. Es blanca la tristeza en el hospital central. Sus blancas paredes se tiñen de un velo de angustia. Araña el silencio un murmullo apagado que nunca se extingue. Blanco de luz y de gasas, de uniformes de batalla, de sábanas empapadas por el sudor confinado de enfermos en blancos lechos. Mañana y ayer convergen en la noche demorada. Es ilusorio el ahora, un paréntesis roído por los dientes de la espera. Los relojes se han parado, sus inmóviles agujas empantanadas en miedo, por no marcar el final. Pasan las horas en blanco en el hospital central. La noche es silencio y daño; las pesadillas, opacas; los abrazos, puro hielo. Gemidos entrecortados, pasos sin cuerpo cierto que van repartiendo alivio, ojos abiertos sin ver en la oscuridad doliente. La noche discurre blanca en el hospital central. Alguien musita en la sombra: mañana será otro día. Ojalá llegue mañana, suspira otra voz sin rostro. Es obsesión compartida evadirse del ahora, que el pronóstico es la duda que da cobijo al espanto. Más allá de las certezas, la esperanza es blanco olvido en el hospital central. Llega por fin la mañana en el hospital central. Desde sus ventanales, lejana se ve la sierra, los altos picos cubiertos de un manto de nieve blanca. El fulgor incandescente rasga la oscuridad, los rayos del sol naciente prenden fuego a los colores: rojo, amarillo y azul, despunta ya un nuevo día.
Extraordinario
Tropezó dos veces, nada más, en la misma piedra.
Cuando vuelva a verte
Cuando vuelva a verte, acaso estén en flor los almendros. En el febrero más frío, brotarán cálidas luces incendiando montes yermos. Pétalos de nieve alada, lluvia de pronta esperanza, blanca sonrisa que anuncia el despertar de la tierra. El universo renace, amor, aún caben nuevos comienzos.
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