Optimistas en la historia



Príamo, señor de Troya,
se alegró al ver el regalo:
un caballo de madera
que dejaba abandonado
el ejército enemigo
al retirarse del campo.

Se dijo Cayo en Pompeya:
pues no me vendría mal
avivar algo las brasas
para dorar bien la carne,
mientras en lo alto el Vesubio
comenzaba a despertarse.

Recluido en su palacio,
Rómulo Augusto insistía:
en la historia escrito está,
Roma, la ciudad eterna,
y los bárbaros entraban
al galope por sus puertas.

Tan solo segundos antes
de naufragar el Titanic,
la bailarina creyó
ser para siempre feliz:
flotando al ritmo del vals
nada la podría hundir.

Saber reír hasta el fin.
San Lorenzo, en la parrilla,
imploraba a sus verdugos
mientras lo estaban quemando:
por favor, dadme la vuelta,
ya estoy hecho de este lado.






Deja un comentario