
Entre los juncos dormita la barca. Velan su sueño los ojos del agua. En la marisma arrasada, las voces de las mareas murmuran su eterna nana, canto triste de abandono, elogio de la pereza. Ni una sola nube en el firmamento. Sol incendiando los parajes yertos. Azul y amarillo el cielo. El agua, presa en el mar; el verde en la tierra preso. Dicen que el dios de la lluvia se olvidó de este lugar. La arena imagina antiguos volcanes, ríos de lava sepultando valles. Al conjuro del levante cubre jarales y huertos con su lengua llameante. Se calcinó la esperanza sobre los campos sedientos. Titilan al sol los ojos del agua. Brillos rojizos de montes en llamas. Ardió hace tiempo la casa del último marinero. Hasta las gaviotas callan en este reino de arena, señora de los desiertos. Son pura brasa los ojos del agua. Entre los juncos se esconde la barca. Duerme prendida de su ancla. Contraída, tiene miedo de que rompan sus amarras. Sigue soñando el ayer, aunque el ahora sea fuego. Si marcho de aquí…-se dice- ¿Qué encontraré por ahí fuera? ¿Aguantará mi armazón la furia de la tormenta? ¿Habrá más puertos seguros, otras marismas tan bellas? La barca calla, suspira… y continúa de siesta. El pasado ya se fue, y al futuro… ¿se le espera? La tierra se agosta, el mar está en llamas. Entre los juncos dormita la barca. Velan su sueño los ojos del agua.