Spanish apocalypse: el acuerdo PSOE-Junts

Una dictadura por la puerta de atrás; la democracia, en peligro; Pedro Sánchez, traidor; está arrasando nuestro país; están en juego la libertad, la igualdad y la nación; España se rompe; golpe de estado… Una asociación de guardias civiles se dice dispuesta a derramar su sangre por…

¡No, eso sí que no! ¡Hasta aquí hemos llegado! Que hagan lo que les dé la gana con su propia sangre, pero quienes lanzan ese tipo de proclamas suelen tener una marcada tendencia a confundirse y acabar derramando la sangre ajena.

En ascuas, alarmado por lo que leo, bajo a la realidad y miro lo que sucede en mi calle. ¡Joder! ¿Estará entrando por ella algún tanque bajo el mando de un general pequeñajo, de bigotillo recortado y voz atiplada?

Un vistazo y respiro aliviado. Nada especial. Los manteros apostados en la esquina, los turistas caminando agrupados en manadas, los bares hasta los topes… Aquí, si llega el apocalipsis, nos pillará tomando vinos.

Aunque algo más tranquilo, miro con prevención el texto del acuerdo entre el PSOE y Junts. De haber estado en papel, lo atizaría bien fuerte con una zapatilla hasta dejarlo KO, desbravado. Pero como está en digital, me limito a pasarle un antivirus, no vaya a ser que me infecte la tablet con algún malware.

Resulta que, al final, no es más que un texto, son solo palabras. Mejor o peor hiladas, esa es otra cuestión. Aunque las palabras también tengan su valor, por supuesto.

Una parte del escrito se dedica a narrar lo que denomina antecedentes. En ellos se pasa revista a lo sucedido en los últimos años: la aprobación del Estatut, la sentencia del Constitucional, las reivindicaciones de la Generalitat, las consultas independentistas, la aplicación del artículo 155 de la Constitución… Llegan a remontarse hasta los comienzos de siglo XVIII, a los Decretos de Nueva Planta que abolieron los fueros catalanes, abolición de la que, según la visión mítica del nacionalismo catalán, se deriva su actual opresión nacional.

En términos generales, los antecedentes me parecen escorados, una visión de parte. Apunto -me parece importante- que no están incluidos en el apartado de acuerdos, así que cabe especular sobre la función que cumplen. A mí me recuerdan a la pataleta del niño que se niega a salir a la calle si no le dejan llevar con él su juguete favorito. Y, del lado contrario, al pragmatismo del dame pan y dime tonto. Unos, satisfechos con su narración; los otros, con salvar la investidura.

Claro que se le pueden dar muchas vueltas a la importancia del relato. En política nunca se sabe, cuentan mucho las emociones. Bueno, si no nos lo tomamos demasiado en serio… Pero es evidente, a la vez, que proporciona combustible para ciertas reacciones airadas.

Lo acordado, la sustancia, es fácil de resumir: la promesa de Junts de procurar la gobernabilidad durante la legislatura a cambio de una ley de amnistía para todos los implicados en lo que conocemos como el procés.

El contenido de la ley de amnistía no se detalla. Es frívolo entrar en valoraciones sin conocerla. Lo que sí aparece es una referencia al ya famoso lawfare, la instrumentalización de la justicia con fines políticos. A mí no me cabe duda de que el lawfare, existir, existe. Ahí están ciertas actuaciones contra Podemos, las actividades de la policía patriótica, el caso Kitchen o las andanzas de Villarejo, ese cutre excomisario tan parecido al Torrente de las películas. Todos los casos deben denunciarse, castigarse, y depurar responsabilidades. Estaría bien que no volvieran a repetirse. Pero de ahí a las insinuaciones generalizantes… No es de extrañar el incendio que ha provocado en el mundo judicial, y que el PSOE haya tenido que apresurarse a dar explicaciones complementarias.

El resto de lo acordado tiene poca chicha. Junts y el PSOE se comprometen a hablar. Un diálogo sin amor. Más aún: confiesan públicamente sus profundas discrepancias y desconfianzas mutuas. Son partidos políticos, no instituciones. No me parece relevante, por tanto, dónde, cuándo y en presencia de quién se reúnan.

En el texto se resumen los diferentes puntos de partida de ambas organizaciones alrededor de los temas de diálogo. Una sarta de obviedades. Cada cual dice lo suyo. A alguien debe haberle parecido importante que quede constancia escrita de sus posiciones. Supongo que Junts intenta tranquilizar a los suyos dejando claro que, sobre el papel, no están renunciando a nada.

Con el acuerdo parece despejarse la investidura. Los analistas políticos hacen todo tipo de conjeturas sobre los efectos que tendrá. Los hay apocalípticos, otros más templados.

Solo el tiempo lo dirá. Ya veremos qué pasa. Está por ver si la amnistía contribuye a cerrar heridas. Los balances hay que hacerlos con sumas y restas. Las predicciones se confunden, a menudo, con los deseos de cada cual.

También comprobaremos cómo repercuten los acuerdos en la evolución política de la sociedad catalana. El procés ya estaba parado, acabado si se prefiere. Que se levante el acta final depende, en lo fundamental, de los resultados de las próximas elecciones en Cataluña, que dictarán si el Govern sigue en manos independentistas o llegan novedades. Y esa decisión le corresponde a la ciudadanía catalana. Es lo que tiene la democracia. Así funciona un estado que reconoce la pluralidad y el espacio de soberanía de las autonomías. Por más que vociferen algunos.

Lo que sí ha cambiado ya -en la práctica- es el lugar que ocupa Junts en el tablero político. No es lo mismo refugiarse en las alturas de Waterloo que implicarse en la gobernabilidad del estado. No es lo mismo la unilateralidad como doctrina que entrar en una mesa de diálogo.

Bajarse del monte no es sencillo. Puigdemont corre el riesgo de pasar de ser un héroe de la patria a un traidor botifler. La exconsejera de la Generalitat y eurodiputada de Junts Clara Ponsatí ha considerado el pacto como una humillación para el país. Habrá más voces similares.

Los giros en política siempre descolocan a una parte de los seguidores, arrastrados por la inercia anterior. Si Junts se desmarca de ellos, mediremos el respaldo que les queda a los sectores más fanáticos del nacionalismo.

Puigdemont debería saber lo que tiene cabalgar un tigre: si te bajas, corres el riesgo de acabar siendo devorado por él.

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