Guardo mi sol de bolsillo para los días de lluvia, un rescoldo de alegría para templar la tristeza, una brizna de esperanza -irracional, ya lo sé- limitando desengaños.
Conservo un hilo de aliento para aferrarme a la roca y salvar los precipicios. Esbozo sonrisas leves con que lidiar la desgracia. Libro un hola diminuto al enfrentar tanto adiós.
Y si gobierna la lluvia, la tristeza fluye a mares, el desengaño se impone, los adioses se acumulan, me va faltando el aliento, se me hiela la sonrisa…
Cuando llegan esos tiempos en que parece borrarse el sentido de las cosas y un agujero voraz se va ensanchando ahí abajo…
Entonces, en medio de la amenaza oscura de la tormenta, me cuenta el sol de bolsillo que, aunque la lluvia implacable amenace ser eterna, siempre termina escampando, al menos hasta la fecha.