Sobre dedos y lunas: el Papa Francisco y el mariconeo

No parece estar en racha el Papa Francisco, el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio que anteriormente fuera arzobispo de Buenos Aires. No sabemos si sufre problemas de incontinencia -verbal- propios de la edad, lo ha mirado un tuerto -con perdón de los tuertos-, le han echado mal de ojo, o es víctima de alguna oscura conspiración vaticana que se dedica a filtrar al gran público lo que dice en círculos restringidos.

Lo cierto -lo que está en los medios, vamos- son sus últimas y grandiosas meteduras de pata. Primero fueron sus palabras sobre el excesivo mariconeo presente en los seminarios, sobre las que luego volveré. Después, en una reunión -a puerta cerrada- con jóvenes sacerdotes, les pidió que dejaran de lado los cotilleos por ser cosas de mujeres. Todo un topicazo, como casi siempre que se generaliza determinada característica a todo un grupo social. Para colmo, prosiguió la faena con un sorprendente nosotros llevamos los pantalones, afirmación inexacta por partida doble: por un lado, porque han pasado décadas desde que los pantalones se convirtieran en una prenda -también- femenina; por otro, porque los curas, y él mismo, acostumbran a utilizar sotanas, una suerte de falda larga.  Y se acabó de cubrir de gloria con la siguiente descripción de la división de los seres humanos en géneros: las mujeres, cotillas; los hombres llevan los pantalones -o sea, que mandan- y además deben ir de cara y decir las cosas. Unos estereotipos que rozan lo ridículo, me parece a mí, porque callarse es, muchas veces, la respuesta más sabia. ¡Y que tire la primera piedra el que no haya cotilleado jamás! 

Sus afirmaciones sobre el mariconeo en los seminarios no tienen desperdicio. El Papa Francisco dijo en la Conferencia Episcopal Italiana que a los hombres homosexuales no se les debería permitir ingresar a los seminarios porque allí había ya un aire de mariconeo.

Para ser preciso, el término utilizado por el Papa fue el de frociaggine. Lo de mariconeo o mariconería son traducciones al castellano cuya exactitud no estoy capacitado para discutir. Tampoco me parece relevante.

En vista del revuelo levantado, el Vaticano trató de rectificar.  Su portavoz alegó en un comunicado que el Papa nunca tuvo intención de ofender o utilizar un lenguaje homofóbico, y pide disculpas a todos los que se sintieron ofendidos, heridos, por el uso de una palabra. Es decir, y lo recalco porque me parece lo fundamental, se disculpan por haber utilizado el término mariconeo, que consideran lenguaje homofóbico, y su petición de perdón se dirige a quienes se sintieron ofendidos por el uso de esa palabra. Así que vuelven al redil de la corrección del lenguaje sin cuestionar ninguna de sus ideas de fondo.

El fondo y la forma; las palabras, su significado, la relación con la realidad que tratan de describir… Si lo intolerable es el uso de mariconeo… ¿Se podría haber evitado la ofensa utilizando palabras diferentes? ¿Si hubiera dicho, por ejemplo, que en los seminarios hay demasiada actividad LGTBI sería distinto?

Los seminarios son los semilleros de las élites de la Iglesia Católica, de los pastores que guiarán al rebaño. Son instituciones de acceso prohibido a las mujeres. El Papa ni entró en ese tema, por lo que debemos suponer que lo da por bueno, tácitamente al menos. Y afirmó explícitamente, esto lo dejó bien claro, que tampoco se les debería permitir ingresar en ellos a los hombres homosexuales. Solo valen varones heterosexuales.

Si la Iglesia Católica fuera una institución pública, estas normas serían -aquí y ahora- abiertamente ilegales por discriminatorias, y podrían ser denunciadas ante la ley en defensa de la igualdad y los derechos ciudadanos. Las religiones, sin embargo, habitan en particulares burbujas legales.

Pero sigamos con formas y fondos. Aunque sea fruto de la fantasía más desbocada, supongamos que el Papa hubiera dicho algo así como: ya va siendo hora de que en los seminarios admitamos el mariconeo con total normalidad. El término utilizado –mariconeo– seguiría siendo el mismo, pero las reacciones escandalizadas hubieran llegado de ámbitos muy diferentes. Nadie, digo yo, hablaría en ese caso de homofobia.

Y es que términos como mariconeomarica o maricón pueden utilizarse de forma peyorativa, sin duda. Pero no tiene que ser obligatoriamente así. Maricón perdido, es el título de una serie de televisión -no precisamente homofóbica-. Hay grupos de activistas gays que reivindican su movimiento como marica. La carga semántica que acompaña a un término es subjetiva y depende en gran medida del contexto y del mensaje en su conjunto. 

Las palabras son los dedos que nos señalan la realidad. Lo importante debería ser que nos ayudaran a comprenderla mejor, con rigor, con todos sus matices.

Según un proverbio oriental, cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo. Yo no creo que sea cuestión de sabios o de necios. Pero sí me parece que estamos llegando a unos extremos en los que el dedo nos tapa la luna. Nos fijamos tanto en él -la palabra- que nos impide ver más allá -la realidad-. Lo que escandaliza, lo que se convierte en el centro del debate, lo que provoca denuncias airadas… pasa a ser la utilización de tal o cual término que consideran incorrecto. Se mueven ríos de tinta sobre ello y -¡menudo contraste!- apenas se entra a analizar el significado de lo dicho. 

Porque… vamos a ver, yendo al grano: ¿Lo homofóbico es que el Papa Francisco haya utilizado el término mariconeo, o lo homofóbico -y misógino- es que excluya por decreto a homosexuales -y mujeres- de todo cargo de responsabilidad en la iglesia que él dirige?

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