
La Ilustración viene siendo, desde hace tiempo, uno de los blancos favoritos de ciertas corrientes de pensamiento, hasta llegar a afirmar que en ella se contienen los gérmenes que dieron lugar al colonialismo, al imperialismo, a dos guerras mundiales, al nazismo…
Estas corrientes señalan a Occidente -el término no es demasiado concreto- como el culpable de todos los males que padece el mundo actual. La Ilustración sería su pecado original, porque sobre sus pilares se construyeron las sociedades hegemónicas durante los últimos siglos.
La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual que se extendió desde mediados del S.XVIII hasta comienzos del XIX, principalmente en Europa. Los ilustrados mantuvieron posiciones enfrentadas en muchos terrenos, con polémicas a menudo encendidas entre ellos. Y, sin embargo, se la considera una corriente única. ¿Qué características la convierten en un movimiento unificado? ¿Qué tuvieron en común los ilustrados?
Kant, en su obra ¿Qué es la ilustración?, nos explica el significado que él le daba:
La Ilustración significa el abandono del hombre de una infancia mental de la que él mismo es culpable. Infancia es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puericia es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena. “Sapere aude, ¡Atrévete a saber!” He aquí la divisa de la Ilustración.
Usar la propia razón, pensar por uno mismo, atreverse a saber, partir del análisis de la realidad, comprobar su veracidad en la práctica…
Estas posiciones supusieron una ruptura radical con los principios por los que se habían regido las sociedades hasta aquella fecha: el pensamiento mágico, la autoridad indiscutible de los relatos imaginados -teñidos de espíritu religioso-… Ahora nada debía darse por cierto sin pasarlo por el filtro de la razón y su comprobación práctica. La Ilustración pretendía arrinconar la superstición y el engaño, consideraba la sabiduría como la semilla de la liberación.
Ese afán racionalista fue marcadamente subversivo, porque cuestionaba los relatos sobre el origen divino del poder y desafiaba la legitimidad de la autoridad de reyes y sacerdotes. Se entiende por ello la inquina que despertó en sectores conservadores y tradicionalistas. La Iglesia Católica, sin ir más lejos, incluyó prácticamente todas las obras ilustradas en su índice de libros prohibidos.
La Ilustración logró una gran influencia social. Alcanzó todos los ámbitos: científicos, económicos, políticos, culturales… Inspiró los profundos cambios que llevaron a la Revolución Francesa. Empujó hacia un desarrollo de las ciencias y las tecnologías sin precedentes en la historia de la humanidad.
Ciertamente, mirar desde hoy en día lo que supuso la Ilustración requiere de una lectura ilustrada. Los ilustrados fueron, inevitablemente, fruto de su tiempo. Muchos defendieron la esclavitud, la sumisión de las mujeres y algunos intentaron incluso dar una base científica al racismo. Y, sin entrar en un análisis detallado de sus grandes líneas, resulta llamativo su excesivo optimismo histórico, su fe inquebrantable en un progreso social lineal y siempre ascendente: el nuevo espacio de libertad se iría abriendo hasta alcanzar la ilustración general de toda la humanidad. Se lograría, incluso, la paz perpetua.
Quienes señalan al pensamiento ilustrado como el origen de los males del mundo actual deberían precisar en qué ideas concretas encuentran la fuente de la calamidad. Porque en la Ilustración, y no digamos ya en el pensamiento occidental, hay casi de todo. Disparar al bulto, el reparto de etiquetas, nos condena a una discusión vacía.
El conocimiento, los avances científicos y tecnológicos, el pensamiento humano… conjugan mal con las fronteras geográficas. La gran mayoría de las lenguas habladas en Europa forman parte de la familia indoeuropea. La Grecia clásica no puede entenderse sin el comienzo de la agricultura y el nacimiento de las ciudades en Mesopotamia. La Biblia, que tanto ha marcado la cultura occidental, proviene del Oriente Medio y buena parte de ella recrea anteriores leyendas mesopotámicas. El Mediterráneo ha sido una caldera de fusión entre Oriente y Occidente. Es palpable la influencia griega en las épocas de esplendor de los califatos árabes… Hasta los números que utilizamos llegaron a Europa a través de los árabes y su origen se remonta a La India…
Así ha sido desde el control del fuego, los comienzos de la ganadería o agricultura, el invento de la rueda, el dominio del bronce o del hierro… Cualquier paso adelante se ha extendido a otras gentes. Cada vez que se han constatado las ventajas de un avance se lo ha ido apropiando todo el mundo que llegaba a conocerlo.
Uno no acaba de entender, por tanto, qué significado le dan a la propuesta de validar formas de conocimiento no occidentales. La frase queda bien como muestra de respeto hacia los otros -aunque, dicho sea de paso, supondría aceptar la división entre unos y otros-. Pero… ¿hay algo detrás?
El conocimiento es conocimiento y la ignorancia es ignorancia. Creer que la tierra es plana, que una erupción volcánica es fruto de la ira de los dioses o que los terremotos los causa el enfado de la Pachamama es, lisa y llanamente, desconocer aspectos básicos de la geología. Y ese tipo de afirmaciones pueden hacerse desde cualquier lugar del planeta, porque el pensamiento mágico no ha desaparecido, ni mucho menos, de la cultura occidental: basta con observar la proliferación de todo tipo de ritos fantásticos, el auge de las teorías de la conspiración o el éxito de las verdades alternativas.
Está fuera de duda que el desarrollo capitalista de los dos últimos siglos ha estado encabezado por un puñado de países occidentales. Eso es historia. Y esa hegemonía hace que la cuota de responsabilidad sobre la situación actual del mundo que corresponde a determinadas potencias sea mucho mayor. Es así, para lo malo y lo bueno, para avances y retrocesos.
Además, hace tiempo que identificar capitalismo y occidente dejó de ser exacto. El capitalismo es hoy en día un sistema económico global. Ahí tenemos a China como máximo exponente. La ciencia, la tecnología, los avances de la medicina… provienen ahora de diferentes focos.
Podemos condenar las atrocidades del colonialismo. Vale, no conviene olvidar el pasado. Pero eso no convierte al Occidente en el Gran Satán. También son de matriz occidental el concepto de ciudadanía, el feminismo, la proclamación de la igualdad entre todos los seres humanos, la ecología, el laicismo, los derechos laborales, la idea de libertad, la democracia moderna, los derechos humanos… ¿Es etnocéntrico reclamar su extensión o aplicación universal? ¿Tenemos que disculpar las barbaridades que se cometan, en estos y otros terrenos, cuando no tengan lugar en ese espacio que llamamos Occidente?
Y lo más curioso es que también son de origen occidental esas posiciones que niegan las verdades y principios universales y los particularizan según perspectivas, contextos o identidades. La pescadilla que se muerde la cola.
Tzvetan Todorov, en el El espíritu de la Ilustración, afirmó:
La Ilustración forma parte del pasado –ya hemos tenido un siglo ilustrado-, pero no puede ‘pasar’, porque lo que ha acabado designando ya no es una doctrina históricamente situada, sino una actitud ante el mundo (…) La edad de la madurez que los autores del pasado aclamaban no parece formar parte del destino de la humanidad, condenada a buscar la verdad en lugar de poseerla. Esa sería la vocación de nuestra especie: retomar cada día esta labor sabiendo que es interminable.
La ilustración general no se ha alcanzado ni en Oriente, ni en Occidente; ni en el Norte, ni en el Sur. Buscar la verdad es vivir en la incertidumbre, y parece que los seres humanos preferimos las certezas, incluso si se dan de tortas con la realidad. Tenemos un largo camino por delante.