
Las series suponen hoy en día una parte importante de la producción audiovisual. Hay quienes afirman, incluso, que algunas de ellas están entre lo más interesante que se está creando ahora en esos terrenos.
No soy experto en el tema. En mi limitada experiencia, y hablando en general, creo que el metraje de las series resulta excesivo. Como deben rellenarlo -y no es nada sencillo-, suelen repetirse bastante. Tampoco ayuda a la calidad el complicado equilibrio de que cada capítulo deba tener cierto sentido por sí mismo y, a su vez, contribuir al desarrollo de una historia global. Pero, bueno, hay series y series. Cada cual tendrá sus propias opiniones sobre las que conozca.
Lo que sí me parece constatable es que buena parte de ellas están reflejando con prontitud ciertos cambios sociales y empujando a su favor. Al dar protagonismo a sectores diversos en papeles no tradicionales, están contribuyendo a impulsar, normalizar y solidificar esas transformaciones. Así ha sido -y sigue siendo- en temas tan relevantes como la lucha por la igualdad de derechos entre todas las personas y contra la discriminación por motivos de sexo, orientación sexual o raza.
En los argumentos aparecen reflejados puntos de vista y tendencias de la sociedad actual. En algunos casos, esas miradas afectan a aspectos de cierto calado sobre cuestiones morales. Me valgo de par de ejemplos para reflejar los aires que parecen soplar por determinados círculos.
Marbella es una serie protagonizada por un abogado defensor de grupos criminales instalados en la Costa del Sol. Un tema de actualidad, porque parece confirmado que distintas organizaciones mafiosas se han asentado en la zona. El abogado, un tipo ocurrente y simpático, vive con su chica y su adolescente hija adoptiva en un lujoso chalet, de fiesta en fiesta, a todo trapo.
Los tipos despiadados, los asesinos, los grandes delincuentes, tienen también su glamur. No es novedad tomarlos como eje de un relato. El cine, en sus mejores versiones, ha sabido dibujarlos en su complejidad, sin olvidar su cara amarga: la corrupción de los protagonistas, su crueldad, la voladura de todo lazo humano como precio a pagar por el poder… El Padrino, sirva como ejemplo, muere en la más absoluta soledad.
En Marbella, al abogado protagonista le salen todo bien. A pesar de los embrollos, sabe caer de pie y se gana con su ingenio el cariño de su familia. Y de sus clientes-amigos mafiosos, dicho sea de paso. No tiene ningún reparo en mandar asesinar a los sicarios que han agredido a su hijastra. Total, qué más dará muerto arriba, muerto abajo. Pero eso sí, cuando se entera de que un gánster maltrata a su mujer, ayuda a mandarlo a la cárcel. ¡Qué guay, por ahí no pasa!
Rapa es una serie rodada en Galicia. Los paisajes -el mar, las rías y playas, los montes, la niebla…- merecen por sí mismos la pena, dan muy bien en pantalla. La protagonizan al alimón un profesor de instituto enfermo de ELA y una sargento de la guardia civil. En la temporada final, en una trama secundaria, una emigrante negra que trabaja como limpiadora en unos astilleros mata a un administrativo que la está chantajeando y extorsionando. Antes de recibir la eutanasia, el profesor consigue, con una jugada rocambolesca y poco verosímil, cargar el muerto a otro -inocente del caso, aunque tenga otros crímenes a sus espaldas-. La mujer ni siquiera es juzgada y se marcha tranquilamente a Alemania, libre de toda culpa. ¿Sus condiciones sociales y materiales incluyen licencia para matar? La sargento de la guardia civil -tan lista ella- es la única que se huele la tostada, pero lo deja pasar con una sonrisa.
Hace ya un par de siglos, Thomas de Quincey, en su obra Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes, nos alertaba sobre las fatales consecuencias del asesinato:
Uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia al robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente.
Un sentido del humor que me parece muy británico.
No me da la impresión, por el contrario, de que las escalas de valores que proponen las series que he comentado respondan a ninguna intención humorística. Como tampoco tendría gracia actualizar la tesis -seré muy retorcido, pero encuentro la relación- ligándola con la turbia política del presente: uno empieza por disculpar un asesinato y se acaba por votar a un delincuente machista y racista.
Y es que, como nos advirtió el propio Thomas de Quincey, la ruina de muchos empezó con un pequeño asesinato al que no dieron importancia en su momento.