Manual de supervivencia para tiempos oscuros

Hay señales que anuncian la llegada de tiempos oscuros. La más amenazante, el éxito de diversos dirigentes y movimientos políticos de rabiosa ultraderecha. Un fenómeno de alcance mundial que resulta de difícil comprensión y de aún más complicada digestión. Porque no es sencillo entender por qué unos personajes tan grotescos y ridículos -además de agresivos y violentos- son votados por millones de ciudadanos de a pie.

Los autócratas de hoy tienen de viejo envolverse en la bandera del nacionalismo más rancio; de nuevo, que cabalgan sobre el posmoderno asalto a la razón. Aprovechando la erosión del concepto de verdad, fabrican las suyas particulares y las repiten sin pudor, aunque sean contrarias a toda evidencia y se den de tortas con la realidad. Para ellos son sus opiniones y las ponen al mismo nivel de cualquier otra. Y es que en los tiempos que corren el pensamiento se ha hecho tan débil que se va deshilachando hasta ser sustituido por significantes vacíos. La esfera digital se ha convertido en terreno propicio para propagar bulos y mentiras que defienden en nombre de la libertad de expresión. Así nos va.

El ruido es ensordecedor. Es posible que el estruendo que levantan esté consiguiendo tapar las demás voces. Vociferar barbaridades provoca escándalo y genera titulares que ocupan a diario las portadas de los medios. Trump, el mascarón de proa del movimiento, es capaz de afirmar -sin que se le mueva un pelo de su extraño tupé- que quiere anexionarse Groenlandia o Canadá, apropiarse a la fuerza del canal de Panamá, limpiar Gaza ¡de más de dos millones de palestinos!, enviar 30.000 sin papeles a Guantánamo o, dirigiéndose a Irán, que, en caso de ser asesinado, he dejado instrucciones para aniquilar el país, no quedaría nada. ¡Tan extremadamente narcisista que piensa que su vida vale lo mismo que la de cien millones de iraníes!

Son, ciertamente, palabras. Un ruido que convendría poder separar de las nueces. Sería preferible dejar de lado su verborrea bravucona y ceñirse a los hechos. Pero hacerlo no es tan sencillo. Decir trae consecuencias, porque es también una forma de hacer. Sus palabras señalan enemigos, azuzan a los suyos contra chivos expiatorios, rebosan agresividad. Polarizan a las sociedades en trincheras que hacen casi imposible cualquier matiz. Y prescindir de los matices es prescindir de la realidad, que es siempre -y por naturaleza- compleja y contradictoria.

Además, las nueces de Trump son también muy amargas. Desaparecen los ciudadanos iguales en derechos. Ególatra absoluto, él es el fiel de la balanza que parte la sociedad entre sus amigos y sus enemigos.

Para sus amigos Trump reserva lugares de privilegio y recompensa su fidelidad. Ha indultado, por ejemplo, a unos 1.600 condenados por el asalto al Capitolio, que causó cinco muertos, no conviene olvidarlo. Pero, claro, actuaron en nombre de la patria, para que América vuelva a ser grande. El tipo que se hizo famoso por ir disfrazado de bisonte durante el asalto ha entendido a la perfección el mensaje: ¡Ahora voy a comprar unas putas armas!, declaró tras ser indultado. Licencia patriótica para matar.

Para sus enemigos, represalias y exclusión. Aunque estuvieran cumpliendo con su obligación de hacer respetar la ley, como quienes investigaron la toma del Capitolio, los que le procesaron por diferentes delitos, o la mismísima Corte Penal Internacional. Tampoco cuenta entre sus amigos a los sectores más pobres -adiós a los programas de protección social- y no digamos ya a los sin papeles, contra quienes ha desatado una cacería convertida en un espectáculo macabro. Y similares criterios aplica en la política exterior. Trata de debilitar los organismos internacionales y de boicotear cualquier tipo de regulación o derecho internacional. Los programas de ayuda y colaboración se suprimen. Ha comenzado una guerra comercial usando los aranceles como instrumento. Ya veremos hasta dónde llega.

El eje de la política de Trump, en el interior y en el exterior, es tratar de implantar la ley del más fuerte. Las leyes y reglas -las de su país y las internacionales- son trabas a eliminar. Utilizando la amenaza y el chantaje, pretende dictarnos a todos lo que debemos hacer. Una exhibición impúdica de matonismo político.

Crucemos los dedos para que sus amenazas más bárbaras no se traduzcan en hechos. De lo contrario, se desataría un incendio difícil de controlar. No sabemos lo que acabaría calcinando.

Es posible que a corto plazo la política del miedo le reporte alguna ganancia. Nadie desea enfrentarse al matón del barrio. Incluso habrá quienes elijan halagarlo para recoger sus migajas. O intenten hacerse con un pedazo del botín repartiéndose con él zonas y territorios. Pero no me cabe duda de que, a medio y largo plazo, esa política va a profundizar el desprestigio de los Estados Unidos. Contribuirá a que China, con su tradicional pragmatismo, fortalezca sus lazos internacionales y se vaya convirtiendo en la primera potencia mundial.

Porque, además de muchas otras cosas, Trump es un perfecto ignorante que mide muy mal sus fuerzas. Estados Unidos es la primera potencia militar y económica, por supuesto, pero está muy lejos de poseer el poder suficiente para imponer su voluntad por la fuerza al resto del mundo. La unilateralidad está hoy en día condenada al fracaso.

Va a conseguir, está haciéndolo ya, un rechazo plural entre todas las personas, organismos, instituciones y países a los que ha puesto la proa. Es posible que, con contribuciones muy diversas, se vaya escribiendo, línea a línea, un manual de supervivencia global. Sobrevivir a un matón exige prudencia. Pero también acertar a devolverle los golpes, porque la historia nos enseña a dónde conducen las políticas de apaciguamiento.

Se buscan paralelismos entre el actual auge autoritario y la época del ascenso de los fascismos que condujo a la Segunda Guerra Mundial, los años 30 del pasado siglo. Pero si aquella historia fue una auténtica tragedia, esta tiene más pinta de farsa. Por fortuna.

A Trump lo han votado 80 millones de estadounidenses. Una respuesta agresiva a una suma de malestares; algunos concretos, otros difusos. Es el caudillo que viene a arreglarlo todo. Pero ese todo engloba muchos todos bastante contradictorios. Los seguidores más acérrimos son una suma de fanáticos de causas diversas. Intoxicados por la basura maniquea que flota en las redes sociales, identifican arbitrariamente a los supuestos culpables de sus males. Propugnan soluciones simplistas y brutales. Pretenden solucionar las cosas a tortazo limpio, ignorando lo que cuesta recomponer un plato una vez que está roto. Es inevitable que esos programas agresivos choquen con la realidad y produzcan efectos indeseados. La estupidez puede también conducir a la catástrofe, pero… ¿Lo seguirá respaldando la masa de sus votantes si, más allá de la verborrea, sus políticas agresivas hacen que la situación se complique y endurezca de verdad? Me parece dudoso.

En el pasado ha habido tiempos realmente siniestros. Incluso en esas épocas sombrías, ha habido quienes han sabido combatir la oscuridad con el humor y la palabra. Charles Chaplin nos enseñó a reírnos de Hitler y sus sueños de grandeza en El gran dictador. A Bertold Brecht le tocó vivir la persecución y el exilio, a pesar de lo cual escribió que también se ha de cantar sobre los tiempos oscuros.

Los tiranos tienen su lado ridículo, algunos -como en el caso de Trump- el perímetro completo. Se comprende que intente dar miedo, porque de no ser así solo nos daría risa. Y eso no podría soportarlo su desbocado narcisismo.

Reírnos de los autócratas, cantar sobre los tiempos oscuros… Sobrevivir aunque caigan chuzos de punta.

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