Simpatía por el diablo

Complicado laberinto el de las simpatías y antipatías personales. Aunque en su génesis y desarrollo tengan su peso los juicios de la razón, juegan también un papel importante los sentimientos, impresiones, intuiciones, recuerdos, asociaciones con otros amigos o conocidos…

Pese a reconocer las dificultades del tema, uno cree entender los motivos por los que Trump y Putin se caen mutuamente tan bien. Aunque la vida los haya colocado al frente de potencias distintas y con intereses a veces enfrentados, sus relaciones se asemejan a las de dos viejos amigos. Y es que los dos hablan un mismo lenguaje, tienen características personales en común, comparten muchas ideas de fondo… Se comprenden a la perfección. Son tal para cual.

No cuesta imaginar a Vladimir y a Donald acodados en la barra del bar, tomando tragos de bourbon o vodka, intercambiando confidencias. Hablando de sus cosas.

Por ejemplo: sobre el último opositor que ha muerto debido a un extraño envenenamiento. Putin lamenta con una sonrisa burlona que se empeñen en señalarlo: ¡qué culpa tendrá él de que los cabronazos tengan una salud tan frágil!

Trump se ríe y asiente. Conoce los sinsabores de la política. ¡Si lo sabrá él! Le cuenta cómo se ha visto obligado a amnistiar a los patriotas que asaltaron el Congreso. Una vergüenza, 1600 buenos americanos condenados. ¡Si solo hubo cinco muertos! ¡Qué despropósito! Pero ya verán, ya. No habrá paz para los enemigos de América. Ha puesto a la Guardia Nacional a sus órdenes directas para meter en cintura a los díscolos. ¡Ah, que no se preocupen! Todos los que entorpezcan el resurgir de la patria van a tener sitio en donde se merecen: en Alcatraz, Guantánamo, El Salvador…

Los dos se muestran orgullosos de haber logrado agrupar tras de sí a los verdaderos patriotas. Los otros, los que piensan distinto, los diferentes, los disidentes, son traidores al servicio del enemigo. Ambos añoran la pureza de la patria. Putin reclama la auténtica patria eslava, libre de los virus occidentales (democracia, derechos humanos, desviaciones sexuales…). ¡Es que no soporta a los maricones! Trump suspira: no va a hablar mal de los homosexuales -je, je, je-, pero a él le gusta la vieja y buena América, sin haitianos que coman perros, ni delincuentes latinos por las calles.

Donald y Vladimir no se lo confiesan el uno al otro, pero en su fuero interno están convencidos de ser la mismísima encarnación de la patria. Putin se considera el héroe predestinado a salvar a la madre Rusia, a devolverle la gloria perdida tras el desmoronamiento de la URSS. Trump, el elegido por dios -lo salvó de morir en un atentado, le cuenta al oído- para volver a hacer grande América, para frenar la decadencia a la que la han arrastrado la blandenguería y el comunismo infiltrado. Se comprende que ante objetivos tan grandiosos cualquier precio les parezca poco. Bueno, si lo pagan otros, mucho mejor.

Engrandecer la patria, nacidos para esa elevada misión. Putin le confiesa soñar con la Gran Rusia. Los territorios conseguidos a lo largo de su historia gloriosa, la población de origen ruso o que habla su lengua… todos reunidos bajo un mismo poder. Y él al mando, por supuesto. Las resistencias de los traidores ante un objetivo tan grandioso le han obligado a intervenir militarmente en Georgia, Chechenia, Kirguizistán, Ucrania, Kazajistán… ¿Quién cree tener el derecho de discutirle -¡a él nada menos!- lo que forma parte de Rusia y lo que no? Mira, Donald, le dice, nosotros tenemos una vieja regla, no es un proverbio ni una parábola. Allí donde pisa un soldado ruso es nuestro.

Trump lo mira con cierta envidia. No tiene pretensiones territoriales tan acuciantes. Bueno, tampoco estaría mal anexionarse Groenlandia, o Canadá, pero lo que más le interesa es hacerse con las riquezas de esos países. ¡Ya les ha amenazado con usar la fuerza! ¡Mejor si son razonables! Si hay que enseñar los dientes… ya han visto cómo se las gasta: carta blanca para librarse de los gazatíes y convertir Gaza en un centro vacacional. Y no solo sabe repartir mandobles por espada interpuesta: si hace falta lo hace directamente, como en Irán. Él también los tiene bien puestos.

Se miran. Se sienten incomprendidos, ellos que se entienden sin palabras. Si siempre avisan de lo que quieren, si acostumbran a gritarlo a voces. ¡Qué culpa tendrán de que otros no acaten sus órdenes y deseos! ¡Qué molesto que se empecinen en resistirse a sus mandatos y advertencias! ¡Si es que los obligan a utilizar la fuerza! ¡Si no les dejan otro remedio!

¡Y todos esos organismos internacionales! La ONU, la OMC, el FMI, la UNICEF, la UNESCO, la OEA, la FAO, la OMS, la AIEA, la OIT… ¡Menuda sopa de letras! Reglas, normas, acuerdos, negociar… ¡Cuánta palabrería! Si hasta han puesto en pie una Corte Internacional de Justicia y un Tribunal Penal Internacional. Lo que faltaba. Crímenes de guerra, ¿qué crímenes? Ningún tribunal extranjero los va a juzgar a ellos. Bueno, y ya puestos, tampoco ninguno en sus respectivos países. Ya se encargarán de que así sea.

Les ha venido bien desahogarse. Dan el último trago a sus copas y se despiden con un abrazo afectuoso hasta la siguiente.

Me parece comprensible la mutua simpatía entre Putin y Trump. Como también, por similares razones, la que despiertan el uno y el otro entre las fuerzas de ultraderecha. No me sorprende que se coloquen a su lado, incluso cuando sus políticas agresivas amenazan intereses de sus propios países. Ni que defiendan a Putin a capa y espada, señalando a Zelenski como un presidente de guerra que no está dispuesto a negociar. La realidad -la de los tanques rusos invadiendo un país soberano para intentar tomar Kiev o la de un Putin para el que toda Ucrania es suya, porque son un único pueblo- pesa poco frente a la complicidad de la simpatía.

Puesto a comprender, hasta alcanzo a entender la simpatía por el diablo, un ángel caído. Cuando los Rolling cantaban Sympathy for the Devil, se envolvían al hacerlo en un aura de malditismo, lo que tenía su prestigio en unos tiempos bastante menos cursis y ñoños que los actuales.

Pero lo que no consigo comprender, por más que me esfuerce, es la simpatía que despierta un tipo de la calaña de Vladimir Putin entre sectores -más o menos extremos- de las izquierdas.

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