Amarrado al puto móvil de una marca de Corea, los ojos en la pantalla los dedos fieros teclean, se quejaba de su suerte un ciudadano cualquiera, prisionero de la red, atrapado en sus quimeras: ¡Oh viejo mundo real los pies anclados en tierra, universo que se palpa, testigo de mi tragedia! Pues tú eres la realidad, la de las cosas que cuentan, y ni rastreas mis pasos ni me quieres marioneta, trae otra vez a mi vida las relaciones directas, la mirada cara a cara sin pantallas interpuestas. Que la vida digital es limitada, incompleta, pero hábil al engancharnos: te agarra y ya no te suelta. ¡Si es que no me sé orientar sin la aplicación que lleva mis pasos por donde debo y dicta qué me interesa! Voy a elegir mi camino, llevaré mis propias riendas. Por mucho que me equivoque, el llevarlas ya compensa. Pues he vivido diez años sin despegarme de ella, apagaré la pantalla y pondré fin a mis penas. En esto llegaron raudas de Amazon nuevas ofertas y el ciudadano volvió a teclear con fiereza.