Estoy sentado al borde de la carretera,
el conductor cambia la rueda.
No me gusta el lugar de donde vengo.
No me gusta el lugar a donde voy.
¿Por qué miro el cambio de rueda con impaciencia?
(Bertolt Brecht, El cambio de rueda, 1953)
Rodó la rueda del tiempo hasta el presente enredado. No aprendimos de la historia. Preferimos olvidar el lugar del que vinimos, incomoda visitar los territorios oscuros. En el móvil apuntamos que era costoso saber. Desechamos lo complejo, como si fuera un adorno, un lujo de minorías. Elegimos afinar los sesgos del algoritmo, alimentar los prejuicios, flotar en la superficie, hacer de los influencers las referencias fiables, establecer el Black Friday como acceso al paraíso…
Por mucho que esperó Brecht, jamás cambiamos la rueda. Ocultos tras la hojarasca que diluye las fronteras entre verdad y mentira, medraron los poderosos. La razón en retirada, la realidad abolida… solo la ley del más fuerte. En tiempos de incertidumbre, tomó el volante un demente, un obsceno mercachifle adorador de su ombligo. Aduladores a sueldo, séquito de tecnobros, éxtasis de megarricos. No es fácil adivinar hacia dónde nos conduce. Para él no rigen señales. Circula fuera de pista. Nos han subido a la fuerza en el coche del delirio.