El timo de Microsoft

En la intrincada selva de internet y aprovechando sus zonas de sombra, operan numerosos grupos de piratas. Unas veces, sus acciones podrían responder a ciertas motivaciones políticas, atacando a instituciones a las que detestan por mejores o peores razones. Otras, su único objetivo -descarado y evidente- es conseguir dinero fácil.

Entre estos últimos delincuentes, se ha ganado un lugar de honor por su amplitud y persistencia el conocido fraude en el que los timadores se hacen pasar por técnicos de Microsoft.

Recibes una llamada telefónica. Alguien, hablando castellano con fuerte acento inglés, te advierte de que Microsoft ha detectado que tu ordenador o tu wifi han sufrido un ataque informático. Ellos están ahí para protegerte. Te proporcionan el enlace a un archivo que debes descargar para evitar todo mal. Si logran convencerte y lo haces… ¡bingo! Otro incauto al zurrón.

Lo que en realidad te descargas es un malware que controla tus equipos y te impide utilizarlos. Al llegar a este punto, el tono amable se muda en amenaza. Para levantar el bloqueo y devolverte su uso, te exigen pagar un rescate. O, en otra variante, se hacen con todos tus datos, cuentas bancarias incluidas.

La estafa viene de antiguo. Diversas fuentes coinciden en que se conoce, al menos, desde 2014. ¡Ocho años repitiendo la jugada!

La primera vez que me llamaron -pongamos que hace unos siete u ocho años- me pillaron por sorpresa. Eran tiempos en los que todavía no estábamos tan escarmentados con la delincuencia informática. Así que en aquella ocasión llegué a hablar un rato con ellos y escuché sus explicaciones. Lo que me salvó de cometer alguna estupidez fue que no usaba nada de Microsoft, no tenía instalado el sistema operativo Windows y ni tan siquiera utilizaba el Word. Se lo expliqué y mostré mi extrañeza por la llamada. Cuando les dije -ya algo mosqueado- que no entendía qué pretendían de mí, cortaron abruptamente la conversación. Hasta después de colgar y darle unas cuantas vueltas, no me resultó evidente que había sido un intento de timo. Despierto que es uno.

He perdido la cuenta de las veces que me han llamado desde entonces. Llamadas muy breves en todas las ocasiones. Basta con que oigan las palabras timo o estafa para que cuelguen de golpe. Alguna vez he tratado de explicarles que, además de ladrones y estafadores, son gilipollas por no eliminar mi teléfono de sus listas. Siguen insistiendo con un número del que no sacarán nada y esas llamadas les supondrán algún coste, me imagino. Pero no me dan tiempo. Nada más levantar la voz, oyes el click y se acabó. La última vez que llamaron fue hace pocos días, a una temprana hora de la mañana en la que aún dormía plácidamente. Ladrones, gilipollas y, para colmo, extremadamente molestos.

No conozco datos públicos sobre la extensión de esta estafa ni estimaciones sobre la cantidad de dinero que habrán conseguido embolsarse con ella. Cuando se opera en la red, la opacidad es casi absoluta. Por tanto, solo puedo juzgar por lo que veo a mi alrededor.

En los años que lleva la trama, muchos de mis amigos y conocidos han recibido llamadas similares. En algún caso -en los primeros tiempos, ahora estamos todos más prevenidos-, alguno llegó a morder el anzuelo. Así que, aunque no haya cifras fiables, se podría suponer que hay muchos miles de personas afectadas.

Es sorprendente que lleven tanto tiempo estafando con casi total impunidad. Que yo sepa, un par de personas fueron detenidas en Alicante hará cosa de año y pico por este motivo. Muy poca cosa si lo comparamos con la aparente magnitud de los hechos.

Actúen desde donde actúen, llamen desde el país que llamen… No me puedo creer que hoy en día no haya medios tecnológicos para localizar las llamadas y dar con los culpables. ¿Es tan difícil comprobar quién ha contratado esas líneas? ¿No se puede a partir de ello seguir la pista del dinero que se han embolsado con el fraude?

Es cierto que la historia del timo en nombre de Microsoft no pasa de ser una anécdota: en el mundo en que vivimos están ocurriendo cosas muchísimo más graves, por supuesto.

Pero puede servirnos de excusa para entrar en algunos debates que tienen mayor sustancia.

De un lado vuelve a desmentir, por enésima vez, el mito de que la libertad absoluta, sin leyes ni poderes que la limiten, conduzca al paraíso. En la realidad de las cosas ocurre más bien al contrario. Donde no hay reglas, ni control, ni autoridad colectiva alguna no se alcanza el reino de la felicidad, sino que se impone la ley del más fuerte y se desatan todo tipo de abusos.

De otro lado, subraya que gobernar internet requiere de acuerdos amplios y colaboración internacional. Que necesitamos con urgencia medidas de gobernanza universal para la red, con normas, requisitos y controles aceptados por todo -o casi todo- el mundo.

Los problemas globales -y en la actualidad tenemos una larga lista de ellos, algunos muy urgentes- exigen siempre soluciones globales.

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