Bilbao se ha ido llenando de cúpulas ovoides, como si se hubiera aposentado entre nosotros una escuadrilla de ovnis llegados desde alguna galaxia lejana. La que tenéis en la foto -la última, todavía en construcción- está en el mismísimo parque de Doña Casilda, el único pulmón verde que tuvo la ciudad en otros tiempos.
Lo cierto es que estas cúpulas semiesféricas similares a porciones de cáscara de huevo no tienen nada que ver con alienígenas venidos del espacio exterior. Su objetivo es estrictamente terrícola: servir de cubierta a parques de juego infantil, la mayoría, o a otros usos vecinales.
Los tinglados van en consonancia -me parece a mí- con la tendencia actual a saturar los espacios comunes de las ciudades con todo tipo de instalaciones, utensilios y figuras: casetas, mobiliario urbano, esculturas, terrazas, paneles publicitarios, puestos de venta… Tienen utilidades y funciones muy diferentes: unas, enfocadas hacia actividades deportivas o juegos infantiles; otras con fines comerciales; unas cuantas se relacionan con el arte, aunque su uso real sea el de servir de decorado para que nos hagamos fotos junto a ellas. Hay de todo, como en botica, y no sería justo medir a todas por un único rasero.
Pero englobadas en un único paquete, a uno le producen la sensación de que en estos tiempos que corren se impone el miedo al vacío, a los espacios abiertos, a lo lineal y sencillo, incluso al silencio. Parecería que estuviéramos empeñados en llenar todo el espacio y todo el tiempo disponibles. Una continua acumulación de objetos, de distracciones, de sonidos, de estímulos digitales o físicos… Un universo abarrotado y barroco. Ni un metro cuadrado despejado, ni un segundo para el dolce far niente. O para pararse a pensar, que a lo mejor hasta se nos ocurre alguna idea.
Esta tendencia a saturar el tiempo y el espacio algo tendrá que ver -digo yo- con el consumo compulsivo. Nos quieren siempre aturdidos, distraídos, en tensión. Una incitación constante a beber, a comer, a comprar. Todo el tiempo en busca de la supuesta gratificación de poseer algo. Una recompensa fugaz, porque al momento empezaremos ya a pensar en la siguiente compra.
La estética de los bilbainos huevos es discutible. Los gustos son muy personales. Si a mí me producen cierto rechazo es, sobre todo, porque estas estructuras -algunas enormes, pesadas, de considerable altura- colonizan espacios hasta ahora abiertos, los rellenan, los acotan, los cierran vertical y horizontalmente…
Supongo que serán amplia mayoría las familias satisfechas con la construcción de estas cubiertas. Gracias a ellas, sus retoños juegan y se divierten al resguardo de las inclemencias del tiempo, de la lluvia o de los rayos del sol.
Pero cada cual tiene la cabeza como la tiene. Veo a las criaturas bajo los techados plásticos y me parece una metáfora de nuestro tiempo: en esta parte del mundo, al menos, estamos criando a los niños como a flores de invernadero.
¡Manda huevos!
Mundial.
Los dichosos huevos serán semiesféricos… El comentario es redondo
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