Lo que duele, en Amazon

No, no voy a hablar de los dolores internos de Amazon, ni de los que una empresa de sus dimensiones colosales pueda causar en nuestra aldea global.

Lo que duele es el título de una novela que acabé de escribir en el verano de 2019, meses antes de que la pandemia nos cambiara de golpe la vida. Cuenta la historia de dos hermanos, enfrentados en bandos opuestos, en los años salvajes de la socialización del sufrimiento en el País Vasco. Vamos, como lo de Caín y Abel, pero a la vasca, con alguna que otra txapela incluida.

Tampoco voy a dedicar tiempo a comentar el abismo entre lo que tenía en la cabeza cuando me puse a escribirla y el resultado final. Nuestras pretensiones chocan siempre contra la realidad y se encogen por las propias limitaciones. El caso es que terminé la novela y se la di a leer a amigos y conocidos. Tuvo críticas muy favorables entre gentes diversas y circuló bastante por internet en formato digital. Pero, como de todo hay en la viña del Señor, hubo quienes se empeñaron en leer la novela en papel. Y hacer fotocopias o tirar de impresoras domésticas son sistemas ineficientes y caros.

Publicar en una editorial tradicional es, en la actualidad, prácticamente imposible. Gracias a los editores de texto digitales -con las facilidades que ofrecen para la redacción, corrección y el uso del corta y pega- escribir un libro está hoy al alcance de cualquiera. Basta con ponerse a ello y dedicarle el tiempo necesario. Leí hace poco en la prensa que algo más de uno de cada veinte franceses tenía escrito un libro y desearía publicarlo. Las cifras son descomunales: miles y miles de libros, millones seguramente, de todo tipo y condición sobrevolando el espacio editorial en busca de atraer sobre ellos una mínima atención. Una nebulosa inabarcable. La invisibilidad por exceso. Que, en estas condiciones, una editorial llegue a saber de tu obra es puro milagro, a no ser que tengas algún contacto directo con ella, seas famoso, o respondas a un perfil que consideren comercial.

La autoedición se ha convertido en casi la única vía practicable para que escritores desconocidos publiquen sus obras. Las tecnologías digitales han traído también la revolución a la impresión y edición. Un libro electrónico se puede publicar y poner a la venta a golpe de clic. Y el coste de imprimir un libro puede ser similar si se tira un solo ejemplar o varios miles. En este contexto, han surgido como hongos las editoriales de autoedición. En su modelo de negocio, el autor colabora en sufragar los gastos. En la práctica, su fuente principal de ingresos es editar los libros, venderlos es secundario. Así que publican a cualquiera que esté dispuesto a pagar por ello. Bueno, no seré yo quien critique a estas editoriales. No me parece menos digno alimentarse de la vanidad del escritor que de vender flores.

Amazon ofrece también la posibilidad de autoeditarse. Pero, a diferencia de otras opciones, deja en tus manos todo el proceso y, sobre todo, es totalmente gratuita. Puedes publicar lo que quieras y como quieras sin pagar un duro.

Así que, hará un mes poco más o menos, decidí publicar Lo que duele en papel, utilizando los servicios de Amazon. Un título más entre los ocho millones que dice tener disponibles la compañía. Otra aguja en un pajar infinito.

Por supuesto que no pretendía vender mucho, ni hacerme famoso, ni nada por el estilo. Era perfectamente consciente de que solo el boca a boca daría a conocer la existencia de Lo que duele a unas pocas decenas de personas. Mi objetivo era mucho más limitado: conseguir ejemplares en papel, con una impresión digna y a precio razonable, para quienes no se conforman con leer en formatos digitales.

Un gigante como Amazon amenaza con devorarlo todo. Que haya levantado una ola de oposición militante está en la naturaleza de las cosas. Entre amigos y conocidos, algunos se han negado en redondo a comprar el libro porque boicotean activamente a esa compañía. Otros lo han adquirido protestando. Y ha habido, incluso, quienes se han hecho con un ejemplar a través de persona interpuesta, para no traicionar sus principios.

La verdad es que Amazon produce vértigo. Acojona comprobar que un ejemplar de Lo que duele esté impreso en Italia, el siguiente en Polonia y el otro vaya usted a saber dónde. O que llegue en pocos días a cualquier rincón del globo terrestre, bueno, al menos dentro de lo que acostumbramos a llamar occidente. Una maquinaria apabullante.

No soy tan ingenuo como para no darme cuenta de que lo que ha sido para mí una solución cómoda forma también parte de un problema global. En sus insignificantes dimensiones, la publicación de Lo que duele en Amazon es un granito más que erosiona los engranajes de las industrias culturales tradicionales: otro título publicado al margen de las editoriales, que se vende fuera de las librerías… Y que engorda -bueno, un puñado de euros, ¿eh?- las cuentas del monstruo empresarial. Una empresa, además, que es uno de los estandartes de un nuevo modelo de industria cultural: horizontal, indiscriminada, sin ningún filtro de calidad… solo sometida a la lógica pura y dura de lo comercial. Un modelo que no sabemos a dónde nos conducirá y que levanta, justificadamente, muchos recelos.

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