Érase un hombre a un receptor pegado.
Era una conexión superlativa.
Érase un Amazonas de saliva
inundando el micrófono integrado.
Érase un firmamento pixelado,
una tormenta de tuits excesiva,
la constelación digital cautiva
de un huevón que camina archienganchado.
Era un bajar de megas infinito.
El metaverso como única esfera
en el sonámbulo andar de un maldito.
Era un mensaje que no admite espera.
Érase un zombi de cerebro frito
arrollando a la gente por la acera.