
Nuestras huellas se borrarán de la arena. El viento arrastrará, uno a uno, cada grano, hasta igualar el último resalte. La superficie retornará a su inmaculada belleza, a la ausencia de marcas, otra vez un mudo lienzo abierto a grabar nuevas señales, distintos anhelos. Cada pérdida arrastra su ignota ganancia. Toda luz origina su sombra. El comienzo alberga en su seno la simiente de obligados finales. En el límite, memoria y olvido llegarán a ser lo mismo. Nada quedará de nuestro paso, ni rastro de los dolores que sufrimos eternos, ningún vestigio de la esperanza a la que nos atamos, como náufragos al palo mayor de la nave en mitad de la tormenta. Todo será nada. Paraíso precario donde resulta mortal el veneno que cura.
«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!»
Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia
de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas
se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas»
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