La semana pasada se celebró el Día del Orgullo Gay (o LGTBI), una fecha que -en nuestra parte del mundo al menos- ha ido ganando relevancia en la agenda social y política. Alrededor de ese día, se han organizado miles de actos por casi todo el planeta con diferentes formatos y objetivos.
No pretendo hacer un análisis global de la jornada, ni realizar un chequeo de la situación que atraviesan los movimientos reivindicativos de la diversidad sexual. Mi intención es mucho más modesta: abordar algunos temas, parciales si se quiere, que se van enconando y pudriendo año tras año. Me parece útil hacerlo, porque creo que en ellos se reflejan ciertos mares (y males) de fondo que atraviesan nuestras sociedades.
Para ilustrarlos, voy a utilizar el contenido de dos de los carteles que se pegaron por las calles de Bilbao. Ambos venían firmados por la Coordinadora del 28 de junio de Bizkaia.

Además de traducir al castellano las consignas, añado algunas consideraciones para hacerlos más comprensibles:
- Harro (orgulloso, en euskara) no es Pride (orgullo, en inglés), reza el texto encerrado en la parte superior del círculo. Puede parecer un galimatías, pero viene a subrayar la denuncia de grupos locales contra el rumbo que, en su opinión, está tomando la celebración del Orgullo Mundial. Intentan precisar su posición añadiendo en la parte baja del círculo: No estamos en venta.
- El mensaje principal del cartel, una sola frase partida en tres líneas, rezaría: El movimiento LGTB+ llama a boicotear el Pride. Sobre el Pride, baste con lo dicho más arriba. Sí me gustaría remarcar que al hablar de el movimiento LGTB+, en singular, están dejando simbólicamente fuera del mismo a quienes organicen actos que vayan en la línea del Pride. Y que el boicot va más allá de no asistir a determinados actos o del llamamiento a que no se acuda. Según el diccionario de la RAE, boicot es la acción que se dirige contra una persona o entidad para obstaculizar el desarrollo o funcionamiento de una determinada actividad, lo que incluye hasta la opción de ir a reventarlos. Y en tiempos recientes, por desgracia, no faltan ejemplos de este tipo de actuaciones.
Voy con el segundo cartel.

- Día internacional de la liberación LGTB+, dice la frase superior. La tetera lleva escrito: lágrimas de TERF. Encima de la taza: ¡Firmes ante la transfobia! Basta de complicidad. Posiciónate. Tan solo recordar que TERF es el acrónimo en inglés que aplican a quienes han bautizado como feministas radicales trans-excluyentes.
Analizando los carteles, una primera conclusión cae por su propio peso: son difíciles de entender para cualquiera que no esté al tanto de los tiras y aflojas que atraviesan estos movimientos. O sea, que están pensados para sus propios círculos, para los iniciados. Propaganda autorreferencial.
La segunda constatación es la acritud del contenido. Una virulencia que va dirigida, además, contra sectores que también se consideran parte del movimiento LGTBI y/o defienden la legitimidad de la diversidad sexual.
No voy a entrar en la discusión sobre las orientaciones de las luchas de estos grupos. Carezco de elementos de juicio para ni siquiera intentarlo. No sé si el movimiento se ha ablandado, si prioriza la fiesta sobre la reivindicación… Ni siquiera tengo claro si ese giro festivo -en caso de haberse producido- sería negativo o positivo. Y doy por supuesto que todo es discutible, cuestionable, analizable, mejorable… Se puede denunciar la mercantilización capitalista del mundo LGTBI y tratar de colocarse al margen. Vale, es una opción. Pero lo que me parece excesivo, y sumamente autoritario, es llamar a boicotear las acciones que organizan otros por no compartir su línea.
Tampoco voy a abordar las polémicas entre activistas trans y determinados sectores del feminismo. Mantienen diferencias notables sobre el concepto de mujer (el peso de la biología, los papeles sociales, la identidad sentida…) o respecto a la conveniencia de permitir cambiar de sexo en el Registro sin traba alguna. Ya he hablado anteriormente de esas cuestiones en este blog. Lo que me parece ir demasiado lejos es poner a esos sectores del feminismo en el centro de la diana, considerarlos como el enemigo principal en la convocatoria de una manifestación. Incomprensible, en un mundo en el que -según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales- sigue habiendo 72 países que persiguen la homosexualidad. Y en 11 de ellos está castigada ¡con pena de muerte! En fin, dejémoslo aquí.
La última constatación es el carácter global de estas trifulcas. El contenido de estos carteles podría ser muy similar en otras muchas partes del mundo. El actual activismo está conectado en redes que se estructuran globalmente y los eslóganes de cada grupo se repiten por todos los rincones del planeta.
Lo expuesto hasta aquí podría tomarse como una simple anécdota, irritante, pero sin demasiada trascendencia. Sin embargo, creo que estos comportamientos y actitudes no son exclusivos de estos grupos. Son tendencias globales que afectan a otros muchos ámbitos del activismo y la política, al menos en los círculos próximos a las izquierdas.
Estos tipos de conducta se han dado desde siempre, sin duda, y quizás sea yo quien las soporte cada vez peor. Pero me parece que se están acentuando en un mundo cuarteado por los algoritmos que dominan internet. No se admite la crítica. Lo que se estila es adscribirse a un grupo determinado y repetir ciegamente sus consignas. No se tolera la discusión o que alguien se atreva a disentir. Menos aún si pretende hacerlo desde dentro del movimiento. Los desacuerdos se toman como ofensas y lo habitual es incluir de inmediato al discrepante en la lista de los malos. Y es que, como cualquier reivindicación del grupo se considera evidente e innegociable, quienes la cuestionen pasan a ser de inmediato enemigos, traidores o impuros.
No son condiciones que faciliten -precisamente- la discusión racional, la finura en el matiz, la posibilidad de tener opiniones propias… No ayudan a que las ideas se enriquezcan y adquieran un mínimo de complejidad. A consignazos no se arregla nada.
Me ha llamado la atención que utilices el término «impuros» para referenciar a los otros… En un colectivo que reivindica lo contrario donde la verdad no existe sólo el yo… Lo yo que siento lo que yo me creo a veces tan veleidoso como el viento. Y en su afán de abarcar diversidad se extiende y se extiende hasta no dar ni con un nombre general.
Acogeran bajo su manto a los «transpecies»?…. Sería un círculo más y quizá otra letra más en el nombre. No?
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Genial, como siempre!
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