Javier Marías y el Nobel

A estas alturas de la película -cuando han pasado ya más de cincuenta años desde la publicación de Los dominios del lobo, su primera novela-, no creo que nadie se atreva a cuestionar el valor literario de la obra de Javier Marías.

Aunque conocido, sobre todo, como novelista, es también articulista, traductor y editor. Además, con su peculiar sentido del humor, se proclamó rey del Reino de Redonda, una isla antillana deshabitada, y se permitió el lujo de otorgar títulos nobiliarios a un buen puñado de personajes relevantes de las artes y las letras: Pedro Almodóvar, Cabrera Infante, Francis Ford Coppola, Eduardo Mendoza, Coetzee…

Javier Marías es uno de esos autores que no se calla lo que piensa, con lo que se ha ganado fama de polémico y polemista. Ha protagonizado ruidosos enfrentamientos públicos con Jorge Herralde -el editor de sus primeras novelas-, con Elías y Gracia Querejeta por la adaptación al cine de su novela Todas las almas, con Juan Manuel de Prada, con el Semanal del Grupo Correo por censurarle un artículo…

Es hijo del que fue conocido filósofo Julián Marías, recibió una educación liberal en un centro deudor de la Institución Libre de Enseñanza, ha vivido siempre en ambientes de arraigada tradición intelectual… pero ninguna de esas circunstancias, al parecer, ha conseguido templar sus ímpetus. Ni siquiera trabajar en Oxford lo contagió de la flema británica. Visto desde lejos -que es desde donde lo miro yo, claro- da la impresión de ser de sangre caliente, de poseer cierta propensión a dejarse arrastrar por la vehemencia. Cada uno es como es, para bien, para mal, o para regular. En cualquier caso, no parece recomendable tenerlo como enemigo. Nada recomendable.

Tampoco la edad ha conseguido relajarlo. La imagen que proyecta en sus columnas de prensa semanales se acerca a la del perpetuo enfadado con el mundo. Hay quienes lo consideran el típico viejo gruñón y llegan, incluso, a pasar por alto lo que escribe. No creo que le falten razones para el disgusto. Él mismo las explica habitualmente con claridad meridiana. La realidad oscila entre lo trágico -sangrientamente trágico, a veces- y lo ridículo o grotesco. Se ha disparado un progreso tecnológico exponencial que no se corresponde en absoluto con los avances sociales y morales, mucho menos aún con el mínimo nivel de igualdad aceptable entre todos los seres humanos. Otra cosa diferente es cómo enfrentarse al esperpento: es posible que un mayor distanciamiento y unas gotas de humor sean, a la larga, más provechosos. En mi opinión.

Entrando en harina literaria, Javier Marías ha sabido construir un estilo propio, inconfundible. Una forma premiosa de relatar, trufada de largos párrafos en los que se va mezclando el hilo de la acción con los pensamientos, recuerdos y obsesiones de los protagonistas. Sus personajes están habitualmente atrapados en la duda, en complejos dilemas morales, en la necesidad de optar por un camino determinado a sabiendas de que ninguna de las elecciones a su alcance será buena. Solo les cabe aspirar a que cuando empiece lo malo, lo peor quede atrás, idea -tomada de Shakespeare- que da título a una de sus novelas.

Tanto su estilo como sus temas (y me atrevería a decir que sus opiniones) despiertan encontradas reacciones de amor-odio. Hay quienes no soportan lo que escribe. Por supuesto que no es un autor de best sellers al uso. Leer sus novelas presenta un cierto grado de dificultad y exige una pizca de complicidad. A pesar de ello, ha vendido y sigue vendiendo mucho en diversos países.

Confieso que no sé si existe la calidad literaria al margen y por encima de los gustos de los lectores. Creo que sí, pero no voy a discutirlo con quien opine lo contrario. Tampoco sé si deben pasar varios siglos para poder considerar alguna novela como obra maestra o podemos tomarla ya por tal.

A mí, desde luego, Javier Marías me parece uno los escasos novelistas actuales verdaderamente imprescindibles. Conjuga la fidelidad a una misma línea temática y de estilo con la capacidad de ofrecernos algo nuevo en cada novela. Si tuviera que ponerle un pero… bueno, ¡es hincha convicto y confeso del Real Madrid! Nadie es perfecto, eso es bien sabido.

Dada la calidad y el volumen de su obra, uno no entiende por qué razones no le han concedido hasta la fecha el Nobel de Literatura. Ha estado varias veces en las quinielas, pero, por unos u otros motivos, su candidatura ha quedado siempre en agua de borrajas.

Claro que los criterios de la Academia Sueca para otorgar sus premios son un misterio inescrutable. Baste con recordar -para no meterme en el avispero de los gustos literarios y en juicios de valor sobre la obra de autores que eran para mí desconocidos hasta recibir el Nobel- que se lo concedieron a Bob Dylan por su obra poética. O, por quedarnos en casa y aunque hayan pasado los años, que se lo dieron a Cela y a Jacinto Benavente. Y comparar las obras de estos últimos con la de Javier Marías… ¡qué queréis que os diga!

Que Javier Marías no es mujer, ni pertenece a una minoría étnica o a una literatura periférica son hechos. Como lo es también su distanciamiento crítico de la cultura woke y de lo políticamente correcto. Si no le han otorgado el Nobel hasta ahora, me temo que estas cuestiones -aunque no tengan nada que ver con la literatura- no ayuden a que lleguen a dárselo algún día.

Bueno, tampoco se lo concedieron a Philip Roth o, remontándonos más atrás en el tiempo, a otros autores como James Joyce, Marcel Proust, Kafka, Nabokov, Julio Cortázar o Jorge Luis Borges.

El Premio Nobel de Literatura tampoco puede tomarse como medida de la calidad literaria.

Un comentario

  1. El Nobel es un premio muy bien dotado y por ello muy reconocido… He leído al Javier Maria más joven y recuerdo con agradecimiento muchos de sus libros… Pero en lo personal… Un gruñón como bien dices… ¡No te contagies!…Siempre es mejor «El lado bueno de las cosas» ( no es de Shakespeare)

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