
La presa de Los Caballeros que podéis ver en la foto -con permiso de la informática, claro- está en Montejaque (Málaga), un pueblo de la Sierra de Grazalema bastante cercano a Ronda. Se terminó de levantar en 1924, hace ya casi cien años. Iba a ser un hito de la arquitectura industrial por ser la primera de Europa construida con la metodología de la bóveda-cúpula, es decir, con doble curvatura, tanto en sentido vertical como en horizontal. Mucho más resistente.
Sin embargo, nunca ha conseguido retener el agua. En épocas de lluvias abundantes, se llega a formar un charco junto al dique. En tiempos más secos, ni siquiera eso. Levantaron la enorme barrera de hormigón, casi 84 metros desde los cimientos, sin realizar el adecuado estudio geológico del terreno. Y como resulta que el fondo no es impermeable, el agua se filtra hacia el subsuelo y pasa a engrosar caudales subterráneos. Un exitazo, vamos.
En realidad -ya sé que hablar a toro pasado es sencillo- no parece tan difícil haber previsto que en la zona podía suceder algo así. A pocos metros de la presa se encuentra la Cueva del Hundidero, una espectacular cavidad al fondo de una garganta por donde discurrían las aguas del río Gaduares. El Hundidero es el comienzo de un recorrido subterráneo de unos 4 kilómetros de longitud que va a dar a la Cueva del Gato, lugar en donde las aguas regresan a la superficie. Las galerías son amplias, el trayecto se puede realizar a pie contando con los guías y equipos adecuados.
Por lo tanto -visto el entorno y los materiales calizos-, no puede considerarse una sorpresa que por el suelo de la presa de Los Caballeros se filtren las aguas y abran caminos subterráneos. Lo sorprendente es, por el contrario, que se llegara a completar una obra de tamañas dimensiones sin tenerlo en cuenta.
Imágenes similares de pantanos vacíos se pueden ver ahora en otros lugares por la persistente falta de lluvia de los últimos tiempos. Esa sequía pertinaz que, en épocas todavía no tan lejanas, se combatía a base de rogativas, plegarias y procesiones. ¿En otros tiempos? El obispo de Barcelona acaba de pedir la intersección de San Isidro para que traiga la lluvia. Dicen que vivimos en el siglo XXI. Dicen.
Estamos en plena campaña electoral -bueno, aquí las campañas electorales son permanentes-, y la sequía se convierte también en arma de combate. Nos niegan el agua, el autogobierno se garantiza con el agua, gritan desde Andalucía y la Comunidad Valenciana. Uno no sabe bien de qué agua hablan, cuál es esa que les están negando. ¿La retenida por la presa de Los Caballeros, quizás?
Bueno, lo cierto es que en campaña electoral todas las partes levantan gigantescos diques de promesas, con curvaturas en muchas direcciones, tratando de retener y aumentar su caudal de votos por aquí y por allá. Sabemos, por experiencia, que lo prometido se acabará filtrando luego por los sumideros de la realidad. Es inevitable. La política -dicen- es el arte de lo posible, aunque se haga muchísima política ofreciendo o reivindicando lo imposible.
El muro de la presa de Los Caballeros ha quedado en medio de la sierra como un monumento a la fragilidad de los proyectos humanos, a esas grandes intenciones que no llegaron nunca a realizarse, a los planes que se desbarataron por lo erróneo de los cálculos. Así somos nosotros.
Porque, en realidad, todos tratamos de retener lo bueno y lo bello que creímos nuestro: conservar para siempre a nuestro lado a las personas que queremos, disfrutar eternamente de los tiempos del esplendor en la hierba, mantener la vida en su plenitud… Levantamos para ello los muros más sólidos y perfectos de que somos capaces, no queremos que nada se nos escape. Ponemos mucho empeño en la tarea. Nos hace más felices intentarlo, aunque sepamos de antemano que, al final, todo ello se irá escurriendo por los sumideros y hundideros del tiempo.