
El colombiano Juan Gabriel Vásquez es, en mi opinión, uno de los mejores escritores latinoamericanos de la actualidad. Novelas como Historia secreta de Costaguana (2007) o El ruido de las cosas al caer (2011) están entre las más interesantes de la literatura en castellano en el presente siglo.
Hace poco, ha publicado Volver la vista atrás, una especie de biografía novelada sobre Sergio Cabrera, el director de cine colombiano, autor de películas como La estrategia del caracol (1994), Águilas no cazan moscas (1995), Ilona llega con la lluvia (1996) o Perder es cuestión de método (2004).
Es una biografía parcial, basada en las conversaciones mantenidas entre Juan Gabriel Vásquez y Sergio Cabrera a través de varios años y, sobre todo, en una entrevista realizada en Barcelona, ciudad a la que el director de cine acudió para participar en una retrospectiva sobre su obra. Digo que es parcial, porque, en realidad, se centra en dos épocas concretas de la vida de Sergio Cabrera: su adolescencia y primera juventud, cuando residió en China y fue guardia rojo durante la Revolución Cultural, y en su posterior integración en la guerrilla maoísta del Ejército Popular de Liberación colombiano.
La novela nos ofrece una panorámica sobre tres generaciones de la familia: desde el exilio del abuelo Domingo tras la guerra civil española, prosiguiendo con la historia del padre, Fausto, actor y director teatral al servicio de la revolución, pasando por la educación de Sergio y su hermana Marianella en la China de Mao, hasta desembocar en la participación de los dos hermanos y sus padres en la guerrilla colombiana. Recuerdos atravesados por la herida, ya en tiempos más recientes, del rechazo en referéndum de los acuerdos de paz, aquel intento de poner fin a décadas de enfrentamiento armado en Colombia.
Este extenso recorrido nos brinda una nueva oportunidad para reflexionar sobre la trayectoria de la izquierda -sobre la de algunas corrientes comunistas, al menos- a lo largo de casi un siglo. Un camino de contrastes, con luces y sombras profundas. La narración se centra, fundamentalmente, en China y Colombia, pero podría transplantarse, con todos los matices que se quiera, a otros muchos puntos del globo. En el terreno de las ideas, al menos.
Dejo de lado la crítica literaria. A mí me ha traído a la cabeza otro tipo de cuestiones que poco o nada tienen que ver con la literatura.
La entrega de los Cabrera a sus convicciones políticas es absoluta. Un familia entera de clase media -la madre, Luz Elena, pertenece incluso a la gente bien de la sociedad colombiana- renuncia a una vida acomodada y tranquila para emprender la dura senda de la revolución. No buscan ningún beneficio personal. Por el contrario, dan todo lo que tienen -los padres llegan a vender sus bienes para financiar al partido-, y arriesgan sus propias vidas en pos de la utopía de una sociedad sin clases.
Sergio Cabrera da su versión en una entrevista con Juan Cruz en El País: No es que esa haya sido una vida ejemplar en ningún sentido, pero esa mirada era la de una gran ilusión que se escondía detrás de todos los sacrificios. Sentí que el libro había cumplido su función, un pequeño homenaje a una generación que se la jugó, (…) esa generación de jóvenes comunistas que creyeron de verdad en un mundo mejor. Pero no oculta su visión actual sobre su propio pasado: Lo nuestro era un fanatismo. (…) Me asusta el nivel de fanatismo que llegué a tener y que uno puede llegar a tener.
En igual sentido, a mí me han resultado particularmente turbadores los textos reales de la época recogidos en el libro, escritos por Fausto Cabrera, el padre, o tomados del diario de su hermana Marianella. Tienen la ventaja de no estar dulcificados ni velados por el paso del tiempo. Muestran una fe sin fisuras -totalmente al margen de la realidad que los rodea-, un sentido férreo de la disciplina, un culto sin límites hacia los líderes, la voluntad ciega de obedecer cualquiera de sus órdenes…
Por no hablar de sus experiencias en la guerrilla, el dogmatismo que reniega de los hechos, el autoritarismo que empapa hasta los pequeños detalles, la eliminación física de los disidentes…
El libro es una novela, no un ensayo de teoría política ni un análisis de las ideologías. Cuenta hechos y deja que el lector saque sus propias conclusiones. Tiene, por tanto, y como ocurre siempre con la buena literatura, muchos niveles de lectura. Además de infinitos matices.
En mi opinión, Volver la vista atrás es una lectura muy sugerente para continuar haciendo un balance riguroso del pasado de ciertas corrientes de izquierda o, si se prefiere formularlo así, para contribuir a repensar -que falta hace- la izquierda de hoy en día.
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