
La pancarta estaba colocada en la Plaza de Bilbao la Vieja, un lugar que, aunque en la fotografía -hecha al mediodía- aparezca casi desierto, suele estar abarrotado horas más tarde de jóvenes tomándose un trago. Mis amigues me defienden, no la policía, rezaba.
Así la recuerdo, al menos, porque volví un par de días después decidido a fotografiarla y había desaparecido. Un mensaje efímero.
La pancarta me dio qué pensar. Se me dirá que, en lo fundamental, era un canto a la amistad, y la denuncia de una policía que actúa a menudo con un sesgo favorable a los poderosos. Pudiera ser. Y sin embargo…
No le voy a dar muchas vueltas aquí y ahora a la utilización del amigues. Los autores, autoras o autoros sabrán qué quieren subrayar con ello y por qué lo utilizan. Escriben lo que les da la gana. Yo también lo hago. Vale.
Sí que me resulta más chocante el contraste de la relativa innovación terminológica del amigues con el estricto respeto a las normas oficiales en su grafía. Puestos a ser gramaticalmente rompedores, podían haber escrito amiges, como en su día se atrevió a proponer Gabriel García Márquez causando un inmenso escándalo entre académicos y lingüistas puristas.
Desconozco si la acusación está basada en algún hecho real. Si así fuera, sería preferible que lo contaran con pelos y señales antes de recurrir a afirmaciones tan genéricas.
Porque la frase toma a la policía como un todo global. No habla de policías de carne y hueso, seres humanos sujetos a aciertos y errores, al igual que cualquier otro. La policía, en singular -como institución, por tanto-, no les defiende. Eso denuncian.
Añaden, además, que no la necesitan, que para defenderse ya tienen a sus amigues. Así que debemos suponer que ante un robo, una estafa, una agresión, una violación, o cualquier tipo de conflicto social entre distintas partes… tendrían muy claro a quién recurrir en busca de refugio, protección y justicia.
Doy por seguro que entre los suyos encontrarían apoyo, que respaldarían su versión, que serían creídos a pies juntillas y tratarían de ayudarles. Para eso están les amigues. Y hay que reconocer también que siempre resulta molesto tener que confrontar tu punto de vista con otros distintos. A nadie le gusta que cuestionen su relato total o parcialmente, que le lleven la contraria, o que le obliguen a tener que demostrar lo que dice.
La cosa se complica si tenemos en cuenta que es bastante probable que los presuntos ladrones, estafadores, agresores, la parte contraria en el pleito, o incluso los violadores, tengan también sus propios amigues. Y que estos, a su vez, acepten la versión de los hechos que ellos les propongan y salgan en su defensa. ¿Cómo se dirime o se encauza entonces el conflicto? ¿Por medio del enfrentamiento directo entre los opuestos grupos de amigues y el que más pueda, capador? ¿Como en las películas del Oeste?
El mensaje de la pancarta añade su granito de arena a una línea de pensamiento que contribuye a cuestionar cualquier instrumento o institución social que pretenda cierta justicia colectiva, una justicia que intente representar los intereses del conjunto de la sociedad por encima de los de los grupos particulares. Una justicia que será inevitablemente limitada, parcial, incompleta… como todo lo humano. Pero que es la única a nuestro alcance.
A mí, será cuestión de la edad, me trae a la memoria las viejas utopías anarquistas o comunistas que hablaban de llegar a una sociedad sin estado. Un paraíso sin policía ni represión. Algo que jamás se ha materializado. Más aún: las experiencias del socialismo real apuntan en dirección contraria, al fortalecimiento del Estado y al incremento de su control sobre la sociedad. Eso nos cuenta la historia.
¿Extinción del Estado? ¿Ruptura de su aparato?
Conocemos lo sucedido en diferentes lugares -Irak, Libia…- en los que el estado colapsó o fue disuelto, y en otros, como ocurre en zonas poco accesibles de África y de Latinoamérica, en los que nunca ha llegado a asentarse. En todos estos casos los niveles de violencia son insoportables. Sin leyes colectivas, se impone la del más fuerte. Eso dicta la experiencia. En el mundo real en el que hoy vivimos, al menos.
Si partimos de la conveniencia de algún tipo de estado, otra discusión distinta sería repensar el modelo. Cómo conseguir leyes más justas. Analizar qué policía queremos, a qué límites y controles democráticos debería estar sometida. Y lo mismo con la judicatura o con cualquier otra institución. Hay numerosos hechos bien recientes que demuestran que ahí hay un amplio margen de mejora. A mí, desde luego, me cabe poca duda al respecto
Este es un debate complejo, sujeto a innumerables presiones de parte, tensionado por la contraposición entre la exigencia de eficacia y la reivindicación de garantías democráticas, sometido al fuego cruzado de distintas visiones ideológicas… Nunca acabará de cerrarse. Cualquier obra humana es manifiestamente mejorable.