
Dejo pasar -a propósito- unas semanas desde que se cumpliera el décimo aniversario del adiós definitivo de ETA a las armas. En esa fecha, Arnaldo Otegi leyó la tan comentada declaración de Ayete. Luego, pocas horas más tarde, se difundía en varios medios de comunicación su intervención en Eibar ante un grupo de militantes.
La efeméride llenó abundante espacio en los medios, y las palabras de Otegi en ambos eventos provocaron un inmenso aluvión de reacciones de muy diversa índole.
He preferido dejar bajar el suflé, que se remansen un poco las aguas para tratar de abordar el tema con mayor distancia. Dentro de lo posible, claro.
No entro a juzgar intenciones, ni las de la izquierda abertzale ni las del resto de actores. Tampoco voy a analizar las posiciones expresadas por las diferentes fuerzas políticas, ni los intereses que cada una de ellas pudiera perseguir con ello. Considero que el contexto político y social es de sobra conocido. Y que, además, no ha sufrido cambios de peso en los últimos tiempos.
Voy a centrarme en el contenido de las palabras de Arnaldo Otegi. Lo más interesante, me parece, es intentar distinguir qué hay de nuevo en su discurso y cuánto de continuidad con las posiciones habituales del sector político al que representa.
Es evidente que una parte sustancial de la declaración de Ayete reproduce, con ligeras variantes, el comunicado que la propia ETA difundió el 20 de abril de 2018, el último antes de que anunciase su disolución. Si alguien lo duda, puede comparar ambos textos. Como muestra, reproduzco algunos fragmentos: ETA (…) quiere reconocer el daño que ha causado en el transcurso de su trayectoria armada. (…) Reconoce la responsabilidad directa que ha tenido en ese dolor, y quiere manifestar que algo así nunca debió suceder o que no debió prolongarse tanto en el tiempo.
En ese comunicado, ETA enmarcaba sus disculpas en el conflicto político e histórico. Un conflicto que necesitaba una solución democrática justa a la que siempre se negó el Estado. Llegaban, incluso, a relacionar el enfrentamiento con el bombardeo de Gernika por la aviación nazi. Hacían de todas las víctimas del conflicto un único conjunto. Entre ellas, nombraban expresamente a sus presos y a los huidos para eludir la acción de la justicia.
Ahora, tres años después, tampoco han desaparecido de la declaración de Ayete las referencias al conflicto. Entonces, ¿Cuál es la diferencia?
Me parece que la principal novedad es que Arnaldo Otegi, al leer el comunicado de Ayete, se dirige explícitamente a las víctimas de ETA: queremos decir a las víctimas de ETA, de corazón, que sentimos su dolor, afirman. Y en ese mismo contexto, en el que singularizan el daño causado por ETA, colocan sus afirmaciones de que ese dolor nunca debió haberse producido y el lamento por que se hubiera prolongado tanto en el tiempo.
Dirigirse expresamente a las víctimas de ETA es reconocerles entidad propia, diferenciada de otras víctimas. Y enviarles un mensaje, por unilateral que sea, es tratar de convertirlas, de alguna manera, en interlocutores. Es, en todo caso, un diálogo muy complicado de entablar. Imposible -en mi opinión- sin partir de la base de reconocer lo injusto de los daños causados.
La otra novedad de entidad es el compromiso público de tratar de mitigar el sufrimiento de las víctimas de ETA. A los pocos días, el secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, afirmaba que el independentismo de izquierdas hará lo que esté en su mano para que no se realicen recibimientos a presos de ETA a su salida de prisión. El tiempo nos dirá en qué quedan esas intenciones.
A las pocas horas de la declaración de Ayete, se filtraba el vídeo de Otegi hablando ante militantes de su formación. Tenemos a 200 presos en la cárcel y, si para sacarlos hay que votar a favor de los Presupuestos, pues votamos. Así de alto y de claro os lo digo, afirmaba allí Otegi. Añadía que sacar a los presos de ETA de la cárcel es la madre de todas las batallas y marcaba un horizonte de seis años para conseguirlo, obligando al Ejecutivo (sic) a que cambie la ley.
Poco de nuevo encuentro en sus palabras. No sorprende que reclame los presos como suyos utilizando la primera persona del plural. Tampoco que considere su defensa como la madre de todas las batallas. Más que contrapuesto a la declaración de Ayete, ese discurso transparenta una parte de sus motivaciones de fondo.
La izquierda abertzale ha sido desde siempre un todo compuesto. Su estructura se reflejaba con claridad en la pintada -hecha por ellos mismos, supongo- que hace bastantes años vi repetida varias veces en diferentes lugares de Euskadi: la izquierda abertzale era representada por un tren; en la máquina, dirigiendo el convoy, unos encapuchados; en el primer vagón figuraban las siglas KAS; en el segundo, las de HB; y seguían detrás otros cuantos vagones con las siglas de diversas organizaciones sindicales, juveniles, y sociales. Una imagen que exponía con crudeza sus concepciones organizativas y que, en aquellas fechas lejanas, no se privaban de proclamar.
Claro que luego se acercaron -y acabaron por llegar- los tiempos de la ilegalización. Desapareció entonces tanta franqueza. Pero la imagen del tren nos ayuda a entender las dificultades que tienen para emprender cualquier giro, por pequeño que parezca, y la importancia capital que poseen sus presos para quienes viajaron en aquellos vagones.
Sin olvidar -en sus orígenes- el siniestro contexto de la dictadura franquista, ETA no fue la consecuencia inevitable de ese conflicto del que continúan hablando en la declaración de Ayete. Fue el fruto de determinadas decisiones políticas de sus dirigentes tomadas al calor de su propia ideología.
ETA, además, ha tenido numerosas ocasiones de abandonar las armas. Ya en la cumbre nacionalista de Txiberta (1977) todas las fuerzas presentes decidieron presentarse a las primeras elecciones democráticas; salvo ETA militar, claro. En ese mismo año llegó la amnistía y no quedó en la cárcel ni un solo militante de ETA. Por poco tiempo, porque en los tres años siguientes ETA lanzó la ofensiva más sangrienta de su historia. En 1982 se disolvió ETA político-militar y desde la rama de los milis fueron satanizados como arrepentidos y liquidadores. Después llegaron los sucesivos intentos de abrir procesos de diálogo autorizados por Felipe González (1989), Aznar (1998-1999) y Zapatero (2006). Ninguno de ellos llegó a buen puerto. ¿Alguien puede pretender -en serio- que no hay ninguna relación entre la obcecación de ETA por prolongarse tanto en el tiempo, la crueldad de sus actos, y los fundamentos de su ideología?
Nunca es fácil enfrentarse al propio pasado. Lo más cómodo siempre es intentar pasar página dejando atrás los borrones, tapándolos bajo las hojas nuevas. La dramática realidad de las víctimas lo impide. Es el perturbador rescoldo de un pasado atroz. No permite un olvido confortable.
La izquierda abertzale está atrapada en un círculo difícil de romper. Los presos de ETA son parte principal de su balance contable de tantos años de violencia. La mayoría de los daños que infligieron son, por desgracia, irremediables. Satisfacer a las víctimas (verdad, justicia, reparación) es la herramienta que podría contribuir a que se aliviasen sus condenas. Pero emprender esa tarea es, a la vez, abordar la crítica de su propia historia.