
Encajábamos los dos como piezas de colores en un Tetris amañado. Componíamos un lienzo de textura tan exacta que nada se echaba en falta. Llegaron luego tres hijos añadiendo acordes nuevos a la nupcial armonía. Era todo tan perfecto… Lo debí sospechar antes. Al cabo de treinta años descubrí que me engañaba: se encerraba en nuestro baño para escuchar a Perales. ¡La pervertida!