
Desconozco si la cantidad que cobró Tomás Díaz Ayuso -el hermanísimo de la presidenta de la Comunidad de Madrid- por el contrato de venta de mascarillas chinas fue de 55.000 euros más IVA o de 286.000. Tampoco sé si fue una comisión o el pago por sus gestiones, aunque habría que hilar muy fino para diferenciar los dos conceptos. También está por ver si el negocio fue o no legal. Las sospechas de corrupción no bastan. El delito hay que probarlo, lo que, en muchas ocasiones, no resulta nada fácil.
Harina de otro costal es el juicio moral que nos merezca. La verdad es que a mí me parece impresentable que alguien aproveche la coyuntura de un momento crítico de pandemia, con cientos de muertos diarios, para embolsarse unos miles de euros. Pero claro, el negocio es el negocio y habrá, seguramente, mucha gente que lo justifique. Hay distintos criterios morales. En nuestro mundo todo se compra y se vende.
Y, además, cuando la familia está por medio, el parentesco lo excusa casi todo. ¡Qué no haríamos por los nuestros! Isabel Díaz Ayuso lo sacó a relucir en su defensa: la familia, dijo, es lo más importante que tenemos.
Cuando la escuché, pensé de inmediato que ya había oído antes algo similar. Por supuesto que se habrán hecho parecidas afirmaciones miles de veces. Pero a mí, en su contexto -negocios opacos, rencores cruzados, cuentas pendientes, cuchillos afilados…- me recordó a El Padrino. En la película, Don Vito Corleone también consideraba a la Familia lo más importante. Pero iba aún más allá: había que respetarla, guardarla fidelidad, las traiciones solo se lavan con sangre.
Vale, la versión local es más casposa y mucho menos cinematográfica. La sangre, en este caso, es pura metáfora.
Pero la mía no deja de ser una curiosa asociación de ideas. Será fruto, probablemente, de mi subconsciente sectario.