Cualquiera que haya salido de marcha sabe, por propia experiencia, que los excesos acostumbran a acabar en resaca. Y parece difícil esquivarla, aunque te llames Boris Johnson y la juerga interminable la hayas organizado en un lugar tan opaco al exterior como la residencia del primer ministro en Downing Street. Complicado que tanto fiestón -¡joder, si es que no paraban estos alegres muchachotes!- no acabase trayendo dolores de cabeza.
Y así ha ocurrido. Los ciudadanos británicos no se han tomado a bien que sus autoridades anduvieran de sarao en sarao mientras los simples mortales padecían el confinamiento o estaban sujetos a rigurosas restricciones sanitarias para hacer frente a la pandemia de covid.
El enfado de la opinión pública ha sido monumental. Y tan persistente que Boris Johnson no ha podido escurrir el bulto y se ha visto obligado, no sin oponer una resistencia numantina, a tirar la toalla.
Dimitir por juerguista, por jaranero, por tarambana… Bueno, se pasó las disposiciones legales de su propio gobierno por la entrepierna y se creyó por encima de los ciudadanos de a pie. Pero no ha sido por el brexit, por sus reiterados intentos de incumplir los acuerdos firmados con la UE, por sus posiciones -cuasi negacionistas- al comienzo de la pandemia, por…
Tras su caída, y después de diversas cribas entre candidatos, los aspirantes a sucederle se han reducido a dos: la ministra de Exteriores, Liz Truss, y el exministro de Hacienda Rishi Sunak. Entre ellos se decidirá en septiembre quien sucederá a Boris Johnson como líder de los tories y primer ministro del país.
- De un lado, una mujer.
Liz Truss vende radicalismo derechista y parece la favorita de las bases según las encuestas. Anteriormente fue ministra de la Mujer e Igualdad. Aunque se posicionó como pro europea en tiempos pasados, es hoy una acérrima defensora del brexit. Su propuesta económica es bajar impuestos, una idea muy original en las derechas. Que sus padres, según sus propias declaraciones, estuvieran a la izquierda del laborismo es un dato que nos produce, a algunos, cierta melancolía. En fin.
- Del otro, un descendiente de emigrantes indios.
Rishi Sunak se presenta como el candidato moderado. Posee una inmensa fortuna. Está casado con la hija de un multimillonario indio. Dicen que representa a un capitalismo más compasivo y que la prueba del algodón es la política de subsidios que implementó durante la pandemia.
En cualquier caso, los dos se declaran admiradores de Margaret Thatcher, herederos de su legado y continuadores de su obra. Bueno, es una referencia simbólica, supongo. No creo que ninguno de los dos tenga entre sus planes hacer estallar otro desgarrador conflicto laboral con los otrora poderosos sindicatos mineros británicos, ni embarcarse en una nueva guerra en las Malvinas. La glorificación de Margaret Thatcher solo sirve para marcar en qué lugar del espectro político se colocan. Esperemos.
Es llamativo que en un país tan apegado a sus tradiciones como Gran Bretaña, y tratándose de un partido que se define a sí mismo como conservador -guardián, por tanto, de las esencias de toda la vida– vayan a elegir a su máximo dirigente entre una mujer y un racializado -por usar la horrible expresión que prescribe lo políticamente correcto-.
¿Casualidad? ¿Signo de los tiempos? ¿Avances de la igualdad? Como todo hecho puntal, podría leerse como una anécdota, aunque no deje de tener su carga simbólica ni sus implicaciones ideológicas.
¿Mujer? ¿Racializado? Vale, son datos indudables. Pero lo que mejor los define -a ambos, además- es ser thatcherianos confesos. Y parece que los afiliados al partido conservador británico, más allá de identidades, van a elegir la opción más dura. En esas estamos. Ya lo comprobaremos en septiembre, a la vuelta de la esquina.
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