
La tarde se retiraba dejando la amarga herencia de mil cuerpos mutilados. Edificios reventados. Cadáveres exhibiendo la obscena marca del crimen. Carne humana reciclada en comida para perros. Sangre. Sangre. Sangre. Sangre. Las llamas alzaban hilos lúgubres de humo negro. Negro de noche sin sueños, cuando tiembla la esperanza de que exista algún mañana. Negro de luto por todos los muertos que no lloramos porque no nos dieron tiempo para reponer las lágrimas. Sentado junto a las ruinas de lo que fue en otros tiempos céntrica cafetería en la calle principal de la ciudad en que nació, un miliciano muy joven lamentaba su desgracia: ¿Es mejor morir de pie o conviene resignarse a vivir arrodillados? ¡Maldito sea el tirano que en sus sangrientos delirios nos enfrentó a este dilema! Volvió a coger su fusil, se limpió la sangre seca, se incorporó muy despacio y siguió luego adelante. Sin preguntas, sin respuestas. Adelante.
Acojonante
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